Por
Ángel Garrido
En
la sede del Banco Central Europeo, un edificio de 48 plantas que se yergue
sobre una superficie de 184 mil metros cuadrados en la margen del río Meno que
bordea el extremo oriental de la ciudad alemana de Fráncfort, y cuya
fragmentación arquitectónica y manipulación de superficies nos convocan al
análisis semiótico deconstruccionista, que maneja unas reservas que rondan los
526 mil millones de euros, sus ejecutivos podrían verse forzados en fecha
próxima a cambiar por más euros buena parte de sus bonos en dólares del tesoro
estadounidense. Al margen de beneficios geopolíticos, sería una demanda
inaplazable de la economía europea.
Exento
si bien es cierto de atribuciones inherentes a la Reserva Federal de EE UU,
como son la buena gestión del crecimiento económico y la búsqueda del pleno
empleo, no puede sin embargo el BCE evadir su papel de regulador de la política
monetaria o financiera de la zona del euro, la moneda continental puesta en
circulación el uno de enero de 2002, y cuyo símbolo se enraíza en la épsilon
griega £ que alude a la cuna de la
civilización europea y a un tiempo mismo al nombre del viejo continente y que
aparece cruzada por dos líneas paralelas con la deliberada pretensión de aludir
a la estabilidad del euro. En lengua española escribimos dicho símbolo luego de
la cifra que califica. En inglés se escribe antes de dicha cifra. El nombre del
diseñador del símbolo del euro es un secreto guardado en las bóvedas del propio
BCE. La cotilla periodística sospecha que haya sido el diseñador gráfico belga
Alain Billiet.
Los
atentados del 11-S que dirigió Osama bin Laden podrían estar detrás de que la
Arabia que el genio de Freddy Beras Goico definió como Inaudita hiciera lo
propio con muchos de sus bonos. Mala cosa. Fue en el año 1974, bajo de égida de
Richard Nixon, que los inauditos
invirtieron a cambio de apoyo militar sus primeros 117 billones de petrodólares
en bonos del tesoro estadounidense. Si el congreso de EE UU los enculilla ahora con el expediente binladesco, los inauditos podrían cambiar
de nuevo sus naranjas de muchos años por las botellas vacías que del tesoro
estadounidense tienen.
La
República Popular China es la mayor tenedora de dólares, y los rusos tienen los
suyos, si bien a tres buenos lugares de los chinos. Hablamos de billones de
dólares en circulación cuya reserva en metal precioso, por órdenes del
presidente Richard Nixon en el año de gracia de nuestro señor de 1971, no va
más allá del precio de mercado del papel que los contiene, y de la tinta con
que fueron impresos. Una novedad insólita en la moneda estadounidense desde que
empezaron a acuñarse en 1794 los primeros dólares de plata. Ya en 1913 había de
crearse la Reserva Federal que emitiría el año siguiente sus primeros billetes
de 10 dólares.
Alan
Greenspan, magnate de las reservas federales estadounidenses cuyo ejercicio al
frente de las mismas ha sido sólo superado en antigüedad por su predecesor
inmediato William Mcshesney Martin, ha tenido a bien ganarse a Pero Grullo:
“Estados Unidos siempre podrá pagar sus deudas porque le bastaría con imprimir
más dólares para evitar la bancarrota”, ha dicho. Verdes son los dólares, de
los cuales EE UU imprime cada día unos 560 millones, y como si se tratara de
una jugarreta del azar, su apellido alude en inglés al alcance verde: green span. Habría que ver cómo responde
la producción mundial de bienes y servicios ante semejante esteroide prohibido
por fraudulento entre peloteros y otros atletas.
La
economía capitalista, tal y como la conocemos hoy, se descojonaría de resultas
de que los grandes tenedores mundiales de bonos del Tesoro devolvieran sus
botellas vacías a cambio de sus naranjas de antaño.
Hay
gente aprehensiva que piensa que el primer ministro británico ingiere más
alcohol del que debería. Lo mismo podría tratarse de un infundio en contra de
David Cameron. Pero coño, cuánto le ayuda su facha de borracho cuando saluda a
la canciller alemana Ángela Merkel. Son ambos a dos dondequiera que coinciden.
A cuál más en lo suyo, y a cuál más distante de su prójimo. Ambos dirán con
sobrada razón que no fueron elegidos para que olvidaran que la tripa propia
está más cerca de sí mismo que el corazón de su prójimo.
Alemania
aporta cerca del 21 por ciento de los gastos de la Unión Europea. Gran Bretaña
un 13. No le conozco segundas acepciones al gentilicio inglés en ningún otro país. En el mío significa prestamista. Los prestamistas ingleses
juran y perjuran que aportan a la UE más que reciben. Por eso luchan por lo que
se ha dado en llamar Brexit. Son las
siglas del topónimo Bretaña y el sustantivo común inglés exit, que significa salida.
Parecería que se van mediante referéndum el 23 del presente mes de junio. Los
escoceses, que venden sin aranceles en la UE el 37% de su producción de güisqui se quieren quedar 60 a 40; pero
los ingleses, que son mayoría en Reino Unido, se quieren ir 55 a 45. Si se van
es malo para la UE. Si decidieran quedarse, sería a duras penas bueno; en caso
de que lo fuera en alguna medida, habida cuenta de la marcada desidia
integracionista mostrada desde el principio por el Reino Unido.
Pero
de regreso al tema del dólar posnixoniano
que circula por las venas cerradas de la economía mundial, recuérdese que
además de ser moneda oficial en EE UU, lo es también en varios otros países:
Ecuador, Panamá, donde circula paralelo y a la par con el balboa, El Salvador,
Islas Marshall, Micronesia, Palaos, Timor Oriental, Zimbabue, Islas Turcas y
Caicos, Islas Vírgenes Británicas. Es decir, muchos países que han adoptado una
moneda oficial en cuyo organismo emisor no tienen voz ni voto. Dicho en el
lenguaje llano de la economía casera, países que sufragan sus gastos diarios
con una chequera cuyo talonario no controlan.
La
Suiza que en la pluma alta e irónica del amigo Luis Rafael Sánchez sería nevada
y pura, un pequeño país alpino de apenas 41 mil kilómetros cuadrados y poco más
de ocho millones de habitantes, posee la séptima reserva en dólares del mundo
con unos 600 billones de ellos. Vale decir que Suiza sería capaz de sufragar
por un año los gastos del Pentágono, que no solo administra el mayor
presupuesto militar del mundo, sino que además administra uno que es mayor que
la suma de todos los restantes del planeta que el sentido lúdico y metafórico
del pueblo dominicano identifica como La
Bolita del Mundo.
En
realidad, la cantidad de dinero que circula por el mundo es difícil de
cuantificar en virtud de la facultad de los bancos centrales para emitir o
recoger moneda propia. Pero se sigue la pista de la cantidad de dólares
estadounidenses declarados como reservas internacionales por dichos bancos. Las
cifras andan por ahí expresadas en billones de la escala corta, que son los
convencionales en el país emisor de dichos dólares. La República Popular China
poseía en 2014 reservas internacionales en dólares de unos 3,9 billones, si
bien es cierto que el pasado año 2015 sufrió su mayor caída histórica. Los
economistas del área esperaban que cerrara el año con 3,40 billones y cerró en
bastante menos: 3,33. Cuando hablamos de billones de dólares, así sean de la
escala corta de sólo 9 ceros a la derecha, no es lo mismo ocho que ochenta, así
todos los ochos sean dieces.
Hasta
las reuniones del G-7 constituyen en el siglo XXI una rémora de la guerra fría
bipolar EE UU-URSS. Si se reunieran las grandes potencias mundiales en función
de su producto interno bruto, resulta a todas luces evidentes que tendrían que
darse de baja del G-7 Italia y Canadá para permitir la entrada de China e
India. Y si se le añadiera un octavo país en función del PIB, tendría que ser
Rusia, que no Italia, que dependería de que invitaran al noveno. Si invitaran
al décimo entraría Brasil; y si el onceno, entraría México. Tendríamos desde
luego un mundo muchísimo más equilibrado.
Si
se reunieran las siete grandes potencias económicas en función de sus reservas
internacionales en dólares estadounidenses el cambio sería muchísimo más dramático
pues entre los actuales miembros del G-7 sólo superarían la prueba Japón y EE
UU. Tendrían que salir Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá para que
entraran por derecho propio China, Rusia, India, Corea del Sur y la pequeña,
pura y nevada Suiza. Se corregiría además la redundancia económica Unión
Europea más Alemania, más Reino Unido, más Francia, más Italia. ¿O acaso ya no
es válido el axioma geométrico, con el debido respeto a todas las metáforas
psicologistas, de que el todo es mayor que cualquiera de sus partes, e igual a
la suma de todas ellas? El nuevo miembro europeo del G-7, que sería Suiza, ni
siquiera es miembro de la UE.
En
fin, que esperamos la próxima gran crisis sistémica en un mundo que constituye
tanto en sus aspectos supra estructurales como en su infraestructura una
situación que ya los antiguos latinos habrían calificado como una contradicción
en sus partes: contradictio in adjecto.
Que difiere como se ve de la contradicción en sus términos; verbigracia: “Un
silencio ensordecedor”. Parecería que nadie puede verlo. O si se nos disculpara
tanto susto para terminar en retruécano: que los que pueden, no pueden.
Alexandria,
Virginia, EE UU
19 de junio de
2016
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