Por: Jorge A. Jorge Batista
En los finales de los años 60, cuando recién se comenzaba a respirar aires
de relativas libertades y favorables corrientes, era difícil estimar que le
costaría a la población adaptarse a los nuevos cambios, propios de la recién nacída
y frágil democracia dominicana. Debo recalcar que ese ensayo democrático,
debió extenderse hasta finales de los años 70, y los fatídicos 12 años de
Joaquín Antonio Balaguer Ricardo.
No se de usted, pero me cuesta aceptar, su
forma y mètodos de gobernar.
Los 31 años de La Era de Trujillo y los 12 vividos bajo el autor de “Memorias de un Cortesano”, sirvieron
no solo para crear divisiones y desconfianza ciudadana, y nuestros hogares en
medio de la asfíxia y el sistemático acoso. De niño hasta adolecente, fue
cuando saborié los diferentes sabores de la dictadura, que no eran de anís ni
de frambuesa; ningún hogar se escapó del sunami que fué el Sistema. Me acuerdo
que cuando “quitaban” una persona de su empleo, era eso motivo de jùbilo para
muchos, a la vez que corrían las pirañas despavorídas, detrás del mismo
puestecito ; a eso nos acostumbró “La Era Gloriosa”.
¿Quièn hubiera creído que el Cementerio Ornamental de La Vega - lugar de descanso
para todo tipo de almas - , se convertiría después de desaparecida la dictadura, en una peligrosa caldera, al “Rojo Vivo”?. La
maldad y la envídia, se apoderaron, y pudieron màs que los tantos vínculos de
amistad y familiares que habían. Nada que ponga en peligro una vida, se
justifíca, ni merece perdón.
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Mi Papá, encargado del cementerio por algún tiempo entonces, se vió
envuelto, y fué vìctima de la angurria de ciertos mercenarios de la comunidad,
por la “codiciada presidencia” del cementerio. Papá un hombre que nunca tiró
con un revolver de mitos ni una pistola de agua, fué acusado de tener armas
bélicas, escondidas en el cementerio. Una acusación que bastaba, para que
Balaguer le mandara a cortar la cabeza. A raíz de la acusación, el regimen no
perdió tiempo, y orquestó su arresto, usando para ello a su sobrino y mi
querido primo hermano, que para entonces era militar de alto rango del Ejercito
Nacional. Hasta ahí llegaba el grado de crueldad del regimen, con el montaje de
esa escena, desarmando moralmente el tio, a la vez que ponía el sobrino en aprietos
y a prueba sus pantalones y lealtad.
Una vez consumado el arresto, Papá fué llevado a la “ tenebrosa” comisaría
de frente al parque- sitio que la gente evitaba pasar por la puerta- hoy Casa
de la Cultura. Es inconcevible, que una persona, sin el debido proceso y sin
ser declarado culpable de un hecho, sea sometído a encierro y maltrato. A los
pocos momentos de haber sido llevado, un teniente que lo interrogaba, ya
amenazaba con caerle a golpes. Parece que a Papá un àngel lo protegía, llegando
repentinamente un amigo de infancia con alto rango en la policía: Fafo
Despradel. Fafo al ver la situación dió un palmetazo en el escritorio y gritó:
“Coñooo, si Carlos tiene armas en el cementerio, entonces mi papá también las
tiene”; seguido por una orden de que Papá fuera llevado a su casa sano y salvo. El nunca fué un revolucionario activo, si lo fue era de agua dulce. Los cargos
nunca fueron comprobados.
Tiempos después llegaron a nosotros las identidades de los delatores, que
tuvieron la osadía y la cachaza de ir al Palacio a hacer esta denuncia. Solo
hay que ver la tela de araña que tuvieron que tejer para llevar eso a cabo. Fueron ellos familiares y amigos vecinos de toda la vida; todos fallecídos.
Aunque esto a pocos le interese, y que a las nuevas generaciones no les
quite el sueño, no hay que callar y como un Viernes Santo, repicar y repicar
las campanas de la razón, el respeto y el Temor a a Dios.
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