Había de
transcurrir la casi totalidad de los 20 millones de años que a la existencia de
la naranja le atribuye la práctica agronómica para que la sabiduría popular
dominicana estableciera que el frutero de la esquina, sabedor de que las
agrias no se pagan, le diera a probar las dulzonas a su cliente potencial.
agrias no se pagan, le diera a probar las dulzonas a su cliente potencial.
Los estudios
paleontológicos aceptados hasta hoy le atribuyen a la milenaria cultura china
la mitad de la edad que a la naranja le atribuyen los especialistas del área
que la estudian. Los hacedores occidentales de la geopolítica que al mundo rige
habían de tardar menos que el frutero de la esquina en darnos a probar las
dulzonas. Los chinos actuales tienen tras suyos 100 siglos de historia y no
compran la tajadita de muestra que a probar les da el frutero sino que saben
que serán suplidos de las agrias que están en el saco. Sin embargo, los chinos
son tan viejos que paladean las muestras dulzonas como si el frutero sabihondo
les fuera a vender de ellas.
Con un ojo
puesto en el Asia nororiental de las dos Coreas y otro en el Estado Islámico, y
el reojo en la península de Crimea, en el este ucraniano, en el desastre
descomunal de las guerras de Oriente Medio y el no en menor medida desastroso
apoyo brindado a los grupos anárquicos primaverábigos
de Siria y del Magreb, así como a otros grupos anteriores a la preindicada
otoñal primavera arábiga, EE UU acaba de ser anfitrión solícito de más de 50
países convocados a la cuarta Cumbre Mundial sobre Seguridad Nuclear. Por esa
América Latina de nuestros amores y de nuestros dolores han asistido el
presidente mexicano Enrique Peña Nieto, el argentino Mauricio Macri, y la
presidente de Chile Michelle Bachelet. La presidente brasileña Dilma Rousseff,
asediada por los problemas internos de su país, se vio forzada a cancelar su
viaje.
Apenas una
semana antes del inicio de la cumbre, el presidente Obama había realizado a
Cuba su histórica visita, con la cual dejó establecido que a pesar de los
sucesos de Venezuela, de Bolivia y de Brasil, en el marco de su concepción
política acerca del continente que lo contiene no cabe la repetición de los
errores de Oriente Medio, del Magreb y de Siria que han ocasionado que una
dirigente española gritara hoy a los cuatro vientos: “Debemos de tener muy
presente que quien siembra guerras, cosecha refugiados”.
En lo que
Armando Manzanero averigua de qué color son los cerezos, la ciudad de
Washington vive la incontrovertible certeza de que son blancos en marzo para
alcanzar en abril el rosado y el púrpura de la escala fría.
Los cerezos objetos de celebración anual en la orilla capitalina del Potomac
fueron un regalo del gobierno nipón al estadounidense que tuvo lugar en el año
12 del pasado siglo XX.
La ceremonia de
plantación fue presidida por la esposa del presidente de EE UU Helen Herron
Taft y la vizcondesa Chinda, esposa del embajador japonés ante EE UU. Se eligió
el cerezo venerado por el pueblo de Japón en atención a la esplendorosa paz que
transmite; pero también en atención a la corta duración de su flor, discreta
alusión nipona al carácter efímero de la vida humana.
Al término de la
segunda guerra mundial Japón y Corea del Sur devendrían pronto en los
principales aliados militares y económicos de EE UU en la zona que vista desde
Occidente viene a ser el Lejano Oriente. Pero a mitad del pasado siglo XX no
existía en ese oriente de relativa lejanía la China como segunda potencia
industrial del mundo.
La comidita
aparte que en la cumbre nuclear le sirviera el anfitrión y que fuera recogida
en la foto de familia tripartita EE UU-Japón-Corea del Sur se corresponde más
con un desfasado esquema de guerra fría bipolar que con la realidad real de
2016; pero no hay que incurrir en el fanatismo de negar que quedara bien tomada
la foto del trío Barack Obama-Park Geun-hye-Abe Shinzo. En realidad, la
presidente surcoreana Park aparece de espaldas al lente de la cámara, además de
que representa la tercera economía de las tres que dentro de la cumbre la mini
cumbre representaba; pero la mencionamos de segunda para que el borriquito no
espante al caballito de ningún feminista a ultranza.
En la orilla
opuesta del Atlántico la vieja Europa enfrenta vuelta loca y sin ideas los
fantasmas atroces del terrorismo yihadista y de la ola migratoria cuyo drama
inapelable descorazona el mundo. Vamos mal. Resulta a todas luces visible que
hemos hecho mal los deberes.
El segundo
arsenal nuclear capaz de pulverizar el mundo varias veces en cuestión de
minutos no asistió a la cumbre de Washington. Si en un ejercicio de aritmética
macabro asumiéramos que cuenta con el respaldo tácito de los 150 países
ausentes, veríamos al descubierto total los molares de un Vladimir Putin más
propenso a la sonrisa contenida que a la mandíbula batiente.
Hay analistas
que por andar de locos viejos atribuyen la ausencia rusa de la IV Cumbre
Nuclear a la falta de participación de su gobierno en la planificación del
cónclave. Hay otros menos sombríos que buscan la ausencia rusa en el intento de
Occidente de secuestrar el Organismo Internacional de Energía Atómica, OIEA
para la concurrencia.
Aleccionado por el final incruento de la guerra fría bipolar EE UU-URSS, desde
Pyongyang Kim Jong-un, sobre sus botines de charol decimonónicos, con la mano
izquierda en el bolsillo y la diestra entre los dos primeros botones de su
abrigo de guerra, con su cerquillo al rape de mara salvadoreño y con su crencha
oriental a mitad de cráneo, suelta un vejigazo balístico de prueba cada vez que
alguien lo jode.
Diítas antes de
la preindicada cumbre de Washington, aterrizó sin mayor obstáculo su primera
ojiva nuclear hipotética en el mismo lugar donde hace medio siglo Martin Luther
King contó su sueño. Deviene evidente que este otro Kim ha cenado alimentos
distintos y que se acuesta antes del sueño sobre el costado opuesto.
Así no debería de irnos; sin embargo, así nos va.
Alexandria, Virginia, EE UU
2 de abril de 2016.
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