Por:
Ángel Garrido

Al este de Asia yace una protuberancia terrenal que dobla
en superficie a la isla de Cuba y que en habitantes casi iguala a la Alemania
unificada de hoy. Hablamos de la península de Corea. Un país considerado por
muchos etnólogos como el más homogéneo de todos. Daría mucha brega conseguir un
pavo prieto que se pareciera a otro pavo prieto tantísimo como se parecen entre
sí dos coreanos. El equivalente occidental de los coreanos son los vascos. La
historia de ambos pueblos abunda en profundidad y en singularidades. A nosotros
mismos, los que aprendimos de Yota en la península de Samaná el arte difícil y
controvertible de la adivinación, nos cuesta un trabajo enorme remontarnos a
los orígenes altaicos de la lengua coreana. Nuestro hijo Abel, que enseñó
inglés durante tres años y medio cerca de Incheon tampoco lo sabe, y ha respondido
siempre con timidez cualquier pregunta nuestra al respecto.
Los arqueólogos y lingüistas que guiados por su
entrañable amor a la humanidad ejercen profesiones tan duras y mal remuneradas,
han ido a pretender el cargo con evidencias que sindican los orígenes coreanos
en las montañas de Altái en el sur central de Siberia. Por darle un poquito más
de sustancialidad al parangón vasco, digamos que en el caso de éstos, estudios
antropológicos que siguen el rastro histórico dejado por el cromosoma Y, emparentan
a vascos, celtas y galeses. Dígase además que en el caso de los vascos se
elevan otras hipótesis que van desde las que contemplan la posibilidad de un
origen autóctono, que pasan por el vascoiberismo, por las que sustentan un
origen caucásico e incluso afro-asiático y hasta fenicio. La última hipótesis
la contradigo de manera empírica porque tengo un amigo vasco que de fenicio no
tiene un pelo.
El pueblo coreano pues se hace con el palmarés de las
raíces más ciertas y unívocas en el concierto de las naciones del mundo. La
guerra fría, sin embargo, lo partió en dos mitades desiguales: La del norte con
mayor extensión territorial y menor población; y la del sur con menor
superficie, el doble de población y una tajada generosa del espléndido mercado de
la posguerra para convertirse en potencia económica que contradijera a sus
hermanos del norte, y protegida en el terreno militar por los guadarneses
infinitos del poderío estadounidense.
El fabuloso resultado obtenido hasta hoy por la economía
surcoreana es sólo comparable al error de no revisarlo a la luz del nuevo
continente asiático, que durante la pasada guerra fría nunca contuvo a China
como segunda potencia económica del mundo. Tampoco contuvo antaño a la poderosa
India tecnológica, y poder atomiquito, de hogaño. Ni a Vietnam. Ni a Tailandia.
Ni a Indonesia. Ni a un Japón cauteloso ante la agresiva política defensiva de
Corea del Norte. Que nada. Que hablamos del único de los cinco continentes
habitados que contiene dos de los primeros cuatro PIB mundiales, como lo son
por derecho propio el chino y el japonés.
Justo esta semana las autoridades rusas y las japonesas,
que azuzadas por los mandatos inapelables de los poderes fácticos mundiales
habían estado distanciadas desde la reincorporación en 2014 de Crimea a Rusia,
han acordado trabajar juntas para disminuir la amenaza atómica que representa
Corea del Norte, cuya política defensiva se enraíza en el pensamiento autóctono
transliterado como juche, cuya
formulación se le atribuye al presidente Kim Il Sung, abuelo del actual
presidente Kim Jong-un, y cuya articulación y puesta en práctica se le atribuye
al padre de éste Kim Jong-il. Hay gente que malentiende el juche y lo supone
una desviación corrosiva del leninismo. La idea motora del juche estriba en que
la mujer y el hombre son los máximos responsables de su destino. Postulado que,
dentro de un sistema revolucionario, traslada al pueblo la regencia de su
destino y el desarrollo mismo de la revolución. La defensa a rajatabla de la
independencia patria a despecho de riesgos y dificultades es dentro del juche
premisa innegociable.
De la península de Samaná dicen los más estudiosos que no
lo es, sino isla. Lo sería en su momento; pero desde que el pueblo dominicano
tiene memoria ha sido península no empece cuán estrecho y frágil pueda ser el
istmo que la cose al cuerpo de la isla Española. En el caso de la península de
Corea, el istmo es igual a la parte más ancha de ella que incluye los 1,416
kilómetros de frontera con China, y los 19 con Rusia. Si el inmortal humorista
español Miguel Gila hubiera tenido que referirse alguna vez a los últimos 19,
es muy probable que hubiera dicho: “Poquitos, pero fronterizos”. Y lo diría el
genio de Gila porque eso sin duda significa que de las tres superpotencias
atómicas con que descuenta hoy la
humanidad, dos hacen frontera con Corea. De modo que no es solo la alusión
metafórica a su condición de península asiática lo que la convierte en mecha
que apagada garantiza la tercera paz mundial, sino también metáfora irónica que
alude a la paz que se merece el mundo frente a la tercera y última guerra
mundial que la insensatez azuza cada día, y que conforme al juicio esclarecido
del papa Francisco, ya está en pie.
Si para los que siempre hacen las cosas por pelotas fuere
la paz convencional un sueño de idealistas; que no lo sea nunca por favor la
paz atómica. No nos hagamos sin embargo demasiadas ilusiones. Hay todavía en el
mundo gente bastante con mucho poder de decisión que actúa en política como si
de niños bravucones en un patio de escuela primaria se tratara. Gente con poder
para decidir un bombazo que no tiene la más remota idea de la historia de su
propio país que lo lanzaría, y mucho menos de la del país ajeno que lo
recibiría.
Por lo dicho en el párrafo anterior, si tuviera lugar en
Corea del Norte un bombazo atómico de los que Occidente llama preventivos,
involucraría en el acto por razones fronterizas a dos de las tres grandes
potencias nucleares de hoy, y dado que ese golpe mortal a la paz mundial sólo
podría darlo la tercera de las tres preindicadas potencias, involucraría por
contagio a la totalidad de ellas en el instante mismo en que ocurriera. ¿Qué
podría suceder si China, Rusia y EEUU sobrepasaran los límites de la guerra
convencional y recurrieran de manera inevitable a la opción atómica? Bravucones
de escuela primaria podrían verse compelidos a decidir en cuestión de minutos y
segundos la suerte de la humanidad toda.
En referencia al inicio de las conversaciones
ruso-niponas, el periódico Japan Times pone
en boca del ministro de exteriores japonés Fumio Kishida: “Tuvimos una
conversación muy cándida sobre el misil que lanza el Norte {es decir, Corea del
Norte. Nota de quien traduce} y acordamos llamar al país a abstenerse de
posteriores provocaciones y cumplir con la resolución del Consejo de Seguridad
de la ONU”.
El primer ministro japonés Shinzo Abe visitará Rusia a
finales de abril, y nueva vez en septiembre. Sin que huelgue decir que ambos países
mantienen un diferendo relacionado con las islas Kuriles, largo y estrecho
archipiélago que con una superficie total de 10,600 kilómetros cuadrados
distribuidos entre 56 islas e islotes se extiende como lágrima recién llorada a
lo largo de 1,300 kilómetros entre la península rusa de Kamchatka y la isla
japonesa de Hokkaido, y las cuales pasaron a control ruso al término de la
segunda guerra mundial. No hace falta capacidad analítica para ver en esas
islas un tema que aunque importante, en la actualidad es secundario, dentro del
teatro asiático relacionado con la tercera paz mundial.
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