Artículo escrito por Alejandro Paulino Ramos | 23 de abril de 2018 | 4:00 pm - Copiado del Periódico Acento
A mediodía del sábado 24 de abril de 1965 la noticia corrió como pólvora. Un aguerrido grupo de militares se había levantado contra el impopular gobierno de Donald J. Reid Cabral. El objetivo: el restablecimiento de Juan Bosch en la presidencia de la República, de la que fue despojado mediante un golpe de Estado el 25 de septiembre de 1963. De repente, la emisora Radio Comercial, que difundía el programa Tribuna Democrática del Partido Revolucionario Dominicano, se convirtió en catalizador de una situación largamente esperada: la vuelta a la constitucionalidad.
Aquel acontecimiento pareció llevar a las negociaciones entre sectores militares, en las que unos reclamaban la llegada del Profesor Bosch y su inmediata reposición como primer mandatario, mientras que otros maniobraban para que los defensores de la constitucionalidad aceptaran una junta cívico-militar que facilitara nuevas elecciones en un plazo que entendían prudente. Pero el pueblo, enaltecido por la sed de libertad y democracia se unificó en una sola consigna que retumbaba por pueblos, calles y callejones de del país: “Juan Bosch presidente”.
La potente voz de José Francisco Peña Gómez desde la emisora Radio Comercial se amplificaba casa por casa que parecían estar conectadas en una cadena radial, estremeciendo las fibras libertarias de los dominicanos con el mandato de defender la constitucionalidad. Un rumor expectante corría de boca en boca confirmando, negando y ampliando lo que estaba sucediendo.
En la ciudad del Santo Domingo de entonces, la tarde estaba misteriosamente soleada y los minutos parecían transcurrir sin querer llegar a la hora del desenlace. La Radio Santo Domingo oficial, bajo el control de los soldados que se habían declarados rebeldes contra el presidente ilegal, mantenía continua transmisión sin que se pasaran anuncios comerciales y los tambores de la resistencia comenzaban a retumbar en los más populosos barrios.
Se decía y repetía, que en cualquier momento los militares anti boschistas concentrados en la Base Aérea de San Isidro y el Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas (CEFA), avanzarían contra la capital, pero no parecían llegar.
Cientos de personas se movían cruzando el puente, llegando hasta las proximidades de lo que es hoy el hospital Darío Contreras, que recién comenzaba su construcción. Se escuchó un disparo, la muchedumbre se agitó y corrió de un lado para otro; se dijo que un policía había perdido la vida cerca de la avenida Sabana Larga esquina Las Américas. En los alrededores de la planta televisiva de la avenida San Martín, soldados contrarios comenzaban a batirse en evidente afán de controlar el Canal 4; pero la situación apuntaba al caos. La noche se apoderó de la ciudad y la muchedumbre entre alegría y miedo se refugió en sus hogares; pero nadie pudo conciliar el sueño.
La confusión prevalecía y el cuchicheo tomaba categoría informativa; se imponían a la realidad. A esa hora, nadie estaba seguro de lo que estaba pasando. Aproximadamente a las 9 de la noche se suspendió la transmisión de “los muñequitos” o cartones animados entre los que sobresalían Tritán el león, el Gato Félix y el Lagarto Juancho, que en ese momento se transmitían en el canal oficial, dejaron de aparecer en la “pantalla chica” que para entonces proyectaba en blanco y negro, y dieron paso a una sospechosa difusión con la comparecencia del “triunviro” Reid Cabral rodeado de militares, quien anunciaba que todo estaba bajo control de las autoridades. Aquello era una evidente falsedad mediática, y en toda la noche los comprometidos con el retorno de Bosch, se activaron y organizaron sus fuerzas.
Amaneció domingo de incertidumbre convertido en locura: preparativos, concentración popular y control del palacio de gobierno, los soldados rebeldes apoderados de la emisora oficial, las calles atiborradas de jóvenes que ya comenzaban a armarse. Algunas unidades policiales todavía transitando pero con sus ocupantes llenos de miedo; los destacamentos policiales atacados por las turbas, negocios saqueados en las avenida Mella y Duarte y las calles comenzaban a ser bloqueadas por la juventud insurrecta.
En el transcurso de la mañana los sectores militares en pugnas no lograron llegar a un acuerdo transitorio y los enfrentamientos parecían estar a la vuelta de la esquina. Las calzadas asfaltadas y las columnas y barandillas metálicas pintadas de gris del puente Duarte se transformaron en trincheras con grandes y pesados vehículos atravesados sobre la vía, que se convirtió en punto estratégico para ambos bandos, en un día en el que todos se decidieron poner a prueba la historia.
En aquel domingo de abril se hacía más intenso el ruido de los disparos y se escuchaban por momentos el tableteo de las ametralladoras. Las sirenas de las pocas ambulancias con que contaba la ciudad parecían anunciar lo que estaba pasando, y procedían a recoger los heridos. Los hospitales empezaban a llenarse de muertos y personas mutiladas por las bombas lanzadas por los aviones de San Isidro.
No había llegado el mediodía y ya los soldados dirigidos por Francisco A. Caamaño, controlaban el palacio nacional, barriendo con lo que todavía quedaba del corrupto gobierno. Se anunciaba por la antigua Voz Dominicana, el establecimiento de un nuevo gobierno provisional encabezado por el doctor Rafael Molina Ureña, a la espera del regreso del profesor Bosch. Los dominicanos recobraron la esperanza y sus líderes arreciaban en la organización de la resistencia. Lo que no sabía la mayoría del pueblo era, que aquel domingo, lo que se había iniciado como un levantamiento militar un día antes, al caer la tarde de ese día ya se había transformado en lucha armada, en revolución popular.
El lunes 26 de abril, casi despuntando el día, los aviones P-51 y los famosos aviones “vampiros” ametrallaban los campamentos rebeldes y dejaban caer sus bombas sobre las indefensas casas de los barrios populares y sobre la estación televisiva. Las ametralladores instaladas en los tanques de guerra y carros de asaltos del CEFA no cesaban de vomitar su fuego sobre la muchedumbre desarmada congregada en la parte occidental del puente, mientras los soldados del pueblo llamaban a la rebeldía armada y a colocar espejos sobre los techos de las viviendas para dificultar la visión de los aviadores de San Isidro.
Ese día, los residentes de la barriada de Los Mina y otros barrios donde no se combatió, aprendieron a preparar las “garitas”, y colocarlas en lugares seguros de las casas en la habitaciones más protegidas utilizando sillas y los famosos colchones “box spring” que recién comenzaban a utilizarse en los hogares de clase media, pues muchos disparos caían como “balas perdidas” en las barriadas, produciendo muertos y heridos. Entonces se puso de moda entre la muchachada el vocablo “ranearse”, pues ante cualquier tiroteo todo el que estaba en la proximidad del mismo, tendía a tirarse boca abajo sobre las aceras y calles.
Aquel lunes fue terriblemente ensangrentado para la ciudad de Santo Domingo, pero la situación no detenía la entrada continua de los seguidores de Juan Bosch, que ingresaban a la capital por las principales carreteras y provenientes de todas las provincias del país, dispuestos a apoyar la lucha de los militares rebeldes. Desde ese día y por lo menos durante 72 horas, el Puente Duarte se tiñó de sangre sin que los blindados del CEFA pudieran penetrar y tomar el control de la ciudad sublevada. Desde la Radio de las Fuerzas Armadas que luego fue conocida como Radio San Isidro, los enemigos de la constitucionalidad trataban de desinformar la población a la vez que intentaban elevar la moral de sus tropas derrotadas.
El martes 27 de abril, cerca de las ocho de la mañana, embarcaciones de guerra de la Marina comenzaron a disparar contra el Palacio Nacional que permanecía en manos de los soldados constitucionalistas y se hablaba de que ese cuerpo castrense estaba decidido a apoyar a los militares del CEFA; aunque pareció que, desde el punto de vista militar, ya todo estaba consumado a favor de la vuelta de Juan Bosch a la presidencia sin elecciones.
Las tropas de San Isidro bajo mandato del coronel Elias Wessin y Wessin, a quien apodaban “el Chacal de Bayaguana”, estaban desmoralizadas y comenzaba la desbandada; se decía que los soldados de la Marina de Guerra conocidos como “los hombres rana”, dirigidas por Ramón Montes Arache y otros soldados leales a Caamaño, habían cruzado el rio Ozama y se adentraban en los barrios periféricos de la zona este de la capital, especialmente por las inmediaciones de Villa Duarte.
Los soldados del CEFA, que se movían en los vehículos militares con las viseras de las gorras hacia atrás, para identificarse entre ellos llevaban dibujado sobre sus rostros el terror y el miedo; desertar se convirtió en consignas entre los militares de la base aérea y la indisciplina ganaba cuerpo en sus unidades militares. Los “soldados reaccionarios”, como también se les llamaba, abandonaban sus armas y en cualquier recodo de un edificio se les veía quitarse la ropa verde olivo y vestirse de civil para evadir la rabia del pueblo.
Pero una desgracia se ciñó contra la esperanza del pueblo: El 28 de abril los Estados Unidos iniciaron el masivo desembarco de sus soldados, tanques de guerra, y los helicópteros que por horas transportaban los vehículos y cañones para ubicarlos en puntos estratégicos de la ciudad, solo con el fin de evitar el triunfo revolucionario.
Ese miércoles 28 de abril, corrió la desalentadora noticia que atemorizó a muchos de los combatientes, provocando un momentáneo estampido de las fuerzas militares de Caamaño y llevó al presuroso desbande de los líderes civiles, buscando protectoras embajadas. Los norteamericanos habían ordenado el desembarco de unos cuarenta mil soldados para luchar y tratar de aplastar a un puñado de militares rebeldes que luchaban acompañados de hombres y mujeres del pueblo.
La confusión creció, reinaba el desaliento entre los combatientes que parecieron irremediablemente perdidos ante el poderío extranjero. Las noches se iluminaban con las luces de los helicópteros que transportaban los soldados americanos hacia las zonas donde instalarían sus campamentos. Otros, apresurados, tendían sobre las calles las alambradas y construían las garitas militares para tomar el control permanente de los puntos claves de la ciudad e instalaban en ellas las temibles ametralladoras con las que se acompañaban, pero los combates no cesaban.
Muchos de los líderes civiles y militares del movimiento buscaron asilos en embajadas, otros escondieron sus armas, y gente del pueblo que desconocían de los verdaderos intereses norteamericanos llegaron a proclamar hasta con un poco de júbilo, que con la llegada de la invasión extranjera el “país se había salvado”, que ya no habría problemas económicos, y “los cuartos iban a correr por las cunetas de Santo Domingo”; que ahora “íbamos a estar bien pues todos seriamos americanos”; en fin, que la presencia de los Estados Unidos en el país pondría el orden y se esperaba que eso fuera una bendición para todos los habitantes de la República.
Pero las autoridades norteamericanas y los oficiales del CEFA y San Isidro que se prestaron a la falsa de haberlos llamados, justificando la presencia extranjera, no sabían que con la dignidad y la esperanza de un pueblo no se juega. En menos de veinte y cuatro horas lo que comenzó siendo una guerra civil entre hermanos, pasó a convertirse en una guerra patriótica de los dominicanos contra las tropas norteamericanas.
Desde el 24 de abril que dio inicio el conflicto, hasta el 3 de septiembre que llegó a su fin, pasaron 132 días de sangre, llanto, dolor y de muertes; pero los miembros de los comandos no se doblegaron frente al poder militar extranjero representado en la mal llamada Fuerza Interamericana de Paz (FIP). Todo terminó en los primeros días de septiembre con la instauración negociada de un gobierno provisional encabezado por el doctor Héctor García Godoy.
En la práctica, los militares que se opusieron al regreso de Juan Bosch a la presidencia fueron derrotados en los primeros tres días de batallas, sin embargo, la presencia de las tropas extranjeras controló la revuelta, la dividió territorialmente y la llevó a concentrar sus hombres en un reducido perímetro de la ciudad de Santo Domingo; cercados, los constitucionalistas se vieron obligados a negociar. No lograron alcanzar las metas que desencadenaron la acción del 24 de abril, aunque tal vez se escuchó alguna vez decir a más de uno de nuestros revolucionarios, que “los constitucionalistas fueron militarmente derrotados, pero no vencidos”.
Un reducido espacio para un gran conflicto
La generalidad de los dominicanos desconoce lo que fue y significó la guerra de abril de 1965, un acontecimiento del que solo han transcurrido 52 años, debido a que se encontraban viviendo en los campos y pueblos del interior de la Republica, y en esos lugares no hubo enfrentamientos entre civiles y militares (a excepción de San Francisco de Macorís donde hubo un levantamiento abortado). Se puede decir que solo en la ciudad de Santo Domingo aquel acontecimiento se sintió con la crudeza de lo que realmente fue, pues fueron muy pocos los barrios donde no hubo muerte y destrucción, aunque no en todos hubo enfrentamientos militares.
El conflicto cívico-militar que estremeció el mundo, fue un hecho de carácter nacional aunque solo se expresó en los reducidos límites de “la primada capital de América”, que para 1965 era territorialmente una ciudad muy pequeña comparada con la ciudad que tenemos ahora. Se puede decir que por el lado sur, la ciudad no pasaba de los alrededores del sector conocido como La Feria. Por el suroeste terminaba en las proximidades de lo que hoy se conoce como Palacio de los Deportes, construido posteriormente durante los doce años de gobierno de Joaquín Balaguer. En la parte norte de la ciudad, que era la más poblada, la ciudad terminaba en los límites de la avenida Máximo Gómez y un poco más allá ya se consideraba zona sub-urbana. Cruzando el río por el puente Duarte se llegaba hasta Villa Duarte, Ensanche Ozama, Alma Rosa, Los Mina, Los Mina viejo y Los Mameyes. En el noreste la ciudad terminaba en la zona cercana a la Cementera Colón, detrás del Mercado Nuevo.
En “la parte alta” de la ciudad, los sectores más poblados los eran Villa Francisca, Mejoramiento Social, Borojol, Gualey, Villa Consuelo, La Fuente, Los Guandules, Guachupita, Villa Agrícola, Ensanche La Fe y Villa Juana.
Para cruzar el río Ozama hacia la parte este, se utilizaba el Puente Duarte o el servicio de yolas que transportaban pasajeros entre Villa Duarte y la zona colonial. También había otros puntos donde se movían los pasajero en yolas, especialmente entre el barrio de Gualey y Los Mina. Desde ese último sector se cruzaba a Sabana Perdida, que para entonces era lugar de agricultura y ganadería, utilizando la “barquita de Sabana Perdida”, pues todavía no se había iniciado la construcción del puente. Tampoco existía el puente Francisco del Rosario Sánchez que ahora une la avenida Padre Castellanos (en esa época conocida como Calle 17) con la barriada de Los Mina, y ni se pensaba construir los puentes “gemelos” que ahora conectan la avenida México con el sector de Villa Duarte.
En la zona oriental de la ciudad, al pasar el rio Ozama solo estaban enclavados los barrios de Villa Duarte, Los Mina (un espacio muy reducido hasta la hoy avenida San Vicente de Paul), con un suburbio que se conocía como el barrio de Katanga; pero no existía la referida avenida ni tampoco estaba construida la Avenida Charles de Gaulle y menos el puente que lleva por “la Charles” a Villa Mella.
Los referidos ensanches de la zona este eran principalmente San Lorenzo de Los Mina, Los Mina Viejo (a orilla del rio Ozama, próximo al hoy conocido “puente de la 17”); el Ensanche Ozama y Alma Rosa, que apenas comenzaba a poblarse. Todavía el 24 de abril no existían Alma Rosa II. Los suburbios que ahora ocupan ambos lados de la carretera Mella, entre la avenida Sabana Larga y avenida San Vicente de Paul nacieron el mismo día 24 de abril en horas de la tarde, cuando una masa empobrecida decidió construir en esos terrenos sus humildes casitas.
Tampoco había aparecidos los sectores que hoy se encuentran alrededor de la “pista de San Isidro”, aunque esa vía estaba construida en hormigón y conectaba con la avenida de Las Américas que llevaba al Puente Duarte y su uso era puramente militar. La zona donde se encuentra hoy la avenida España contaba con el barrio Los Mameyes, en que habitaban soldados de la Marina de Guerra. Un poco más allá el sector de La Isabelita virtualmente despoblado.
La ciudad de Santo Domingo, la parte que todavía llamamos Distrito Nacional, no contaba con las grandes avenidas ni los puentes que conocemos hoy: las importantes vías de comunicación de la Winston Churchil, 27 de Febrero, Avenida México, Prolongación Bolívar y la Avenida Independencia todavía no estaban construidas. Por igual eran desconocidas las avenidas Lope de Vega y la Abraham Lincoln. Los sectores de clase media de Arroyo Hondo, Naco y los Prados fueron habitados inmediatamente terminado el conflicto cívico-militar, cuando se rumoraba que los ricos, fruto de la experiencia traumática de la guerra, preferían vivir alejados de los barrios más populosos de la capital.
Campamentos militares en la ciudad
En cuanto a los campamentos militares instalados en la ciudad de Santo Domingo, está todavía marcaba la situación recuperada del poderío de la dictadura de Trujillo: saliendo por la parte sur existía un cuartel militar en la intersección de las hoy avenidas Lincoln con Independencia. En la parte norte, a la entrada de la ciudad, estaba el campamento militar conocido como Transportación, muy próximo al cementerio de la Máximo Gómez, además de una pequeña fortaleza que se encontraba en el kilómetro 9 de la carretera Duarte y un poco más allá, el campamento 16 de Agosto del Ejército Nacional. Camino al noroeste, hacia la población de Villa Mella, pero muy cerca del rio Ozama, estaba en campamento conocido como El Polvorín.
Por la parte Este de la ciudad, en la margen oriental del rio Ozama, se encontraba la base naval de la Marina de Guerra conocida como San Souci, y al lado de esta el campamento 27 de Febrero. Adentrándose por la carretera Mella, se imponía por su poderío la Base Aérea de San Isidro y junto a esta, el Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas (CEFA).
En cuanto al centro de la ciudad, los bastiones policiales más importantes los eran el actual palacio de la policía nacional y la Fortaleza Ozama, sede de los policías conocidos como “cascos blancos”. Pero en todos los barrios estaban instalados pequeños cuarteles policiales construidos durante la dictadura de Trujillo. Estos “destacamentos” fueron de los primeros en ser atacados por la población sublevada.
Curiosidades de un conflicto
Cuando se habla de la revolución de Abril algunos pueden pensar que este fue un acontecimiento, una guerra que se desarrolló en todo el territorio nacional; pero esto es completamente falso. Realmente en la revuelta participaron representaciones de todas las provincias y pueblos. Los seguidores de la constitucionalidad se concentraron en la ciudad capital. Los constitucionalistas no combatieron en sus pueblos, al contrario prefirieron venir a la capital de la Republica a combatir a favor de los militares rebeldes que comandaba Francisco A. Caamaño y formaron comandos con los que se identificaban.
En la ciudad de Santo Domingo no hubo enfrentamientos en todos los sectores. Se puede decir, que solo hubo choques armados en la parte alta de la ciudad conocida como “Zona Norte” que cubría desde el Mercado Nuevo hasta los barrios de Villa Consuelo, La Fuente, Borojol, Guachupita, Gualey, Los Guandules, Villa Francisca, La Fe, Villa Juana, Villa Agricola, La Fuente, Mejoramiento Social, y algunos de los sectores que entonces se estaban poblando como los eran Simón Bolívar y el 27 de Febrero.
También fue lugar de intensos combates todo el perímetro de la zona colonial que abarcaba Santa Bárbara, San Miguel, San Lázaro, San Carlos y la antigua barriada de Ciudad Nueva, mientras que una parte de Gazcue, que era un ensanche habitado por personas consideradas ricas, quedó dentro del área de conflicto. En la segunda etapa de la guerra, después de la invasión norteamericana y de que estos trazaran el “cordón de seguridad”, estas barriadas que comenzaban cerca del Parque Enriquillo, se convirtieron en el centro del movimiento de resistencia armada y donde operó, en la calle El Conde, el palacio de gobierno provisional bajo la presidencia del coronel Francisco A. Caamaño Deñó.
Aunque se dieron algunas escaramuzas, la zona oriental de la ciudad que está enclavada más allá del Puente Duarte siempre permaneció bajo control de las tropas leales a San Isidro. Por esa razón no hubo guerra en Los Mina, Los Mina Viejo, Villa Duarte, Los Mameyes (barrio militar), Isabelita, Ensanche Ozama (barrio militar), ni en Alma Rosa. Muchos de los moradores de todos esos ensanches que simpatizaban con los constitucionalistas, cruzaron de diferentes maneras el río Ozama y se integraron en los lugares donde la guerra se hacía más perentoria, aunque núcleos muy pequeños se mantuvieron activos en esos sectores, en tareas de información, abastecimiento, sabotaje y vigilancia.
Y pensar que la guerra se estaba desarrollando allí, a escasos kilómetros de unos y otros sectores, sin que muchos pidieran integrarse a la revolución, ya sea por lo limitado dela edad o por el control militar de los hombres del CEFA y los americanos sobre la población. Por esa razón, los moradores de los barrios donde no hubo guerra, vieron aquella como si se tratara de una película en la que continuamente veían transitar por tierra y aire, los vehículos blindados, los robustos camiones transportando tropas y armas, y los helicópteros y aviones de las fuerzas de ocupación.
Los días se desenvolvían en torno a la guerra. Nadie podía ignorarla; aunque no tomara participación en ella de manera puntual. La revolución estaba en la vida de todos y fueron muchos los días en que no aparecía alimentos para mitigar el hambre de los habitantes de los barrios. Tampoco era fácil conseguir agua para tomar.
En medio de la guerra se aprendió a vivir a partir de esa realidad: El ruido de los aviones, el cruzar apresurado de los blindados de San Isidro, los militares moviéndose en grandes camiones pintados de verde olivo, las ráfagas de ametralladoras que amedrentaban la población en horas de la noche, los desfiles interminables de pequeños helicópteros que entonces fueron bautizados con el nombre de “maquitos”, tal vez porque en el imaginario popular se asemejaban a los sapos llamados “macos”; las escuelas ocupadas por las tropas extranjeras con sus ametralladoras y cañones apuntando a la población, la búsqueda de alimentos y agua para poder subsistir en medio del caos. Ese era el ambiente en que se desenvolvían los moradores de una ciudad que aprendía a marcha forzada lo que significaba un país en pie de guerra.
La revolución marcó la ciudad y la ciudad se convirtió en el símbolo de un pueblo que estaba dispuesto a ser libre. Nadie pudo ignorar aquel acontecimiento; todos quedamos estampados por aquellos seis meses de estruendos interminables, el rugido sordo y miedoso de los helicópteros invasores, los soldados del CEFA con sus gorras colocadas al revés, o con las viseras hacia atrás en código de señal y complicidad; la mantequilla de maní que repartían los soldados norteamericanos en las zonas controladas por ellos, la harina de maíz que todos llamábamos “marifinga” con la que mitigábamos el hambre; los llaveritos hechos con pequeños abridores metálicos que traían las latas de alimentos de los “gringos”; las muertes de gente del barrio impactadas por balas perdidas; los llaveros que llevaban como adorno balas de diferentes calibres; pedazos de armas de guerra que nadie recogía de las calles. Los niños construyendo armas de pedazos de madera para jugar a la revolucion. Todo, absolutamente todo nos llevaba a la guerra.
Fueron días terribles y a veces uno siente las dudas de si todo aquellos muertos, más de 4 mil, fueron necesarios para poder gritar que somos un pueblo libre y soberano, y sin embargo, los combatientes de la libertad, todavía sienten orgullo de haber reafirmado la dominicanidad en las trincheras.
En fin, la revolución que nadie esperaba y que se nos metió un sábado por la puerta grande la historia, se desarrolló en el corazón de la ciudad de Santo Domingo, en la invencible Ciudad Nueva, en los barrios pobres de la parte alta de la capital de la República; en las calles y edificios coloniales que un día todos pensamos que serían destruidos por las bombas asesinas de los enemigos de la democracia y la libertad.
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