-Prohibida su
lectura fuera de Sabana de la Mar-
Dedicatoria:
Los ensayos políticos no se
dedican porque no son versos del alma. Y de manera particular no lo son estos
porque el autor no ha logrado jamás remontar las encumbradas moradas de la
poesía. Pero así y todo, letra a letra, mala prosa, lo dedico con cariño y respeto
a la compañera Carmen Quidiello Novia de Bosch porque desde el 29 de abril del
presente año empezamos a vivir el centésimo aniversario de su nacimiento, el de
la persona viva más significativa en la historia de nuestro partido.
Nelson Mandela llegó a agradecerles a todos los dioses
que pudieran existir el carácter inconquistable de su alma. Juan Bosch, que
junto a Mandela habría podido agradecerle con holgura igual don a todos los
dioses de la Tierra, les agradecía también a ellos y a ellas su latinoamericanidad.
Ni Mandela ni Bosch eran nacionalistas, porque ni los dioses ni la condición
humana reconocen fronteras. Un monoteísta de Roma le reza al mismo dios que un
monoteísta de Salcedo. A un humanista de Etiopía le duele el mismo niño
descalzo y desnutrido que le duele a un humanista belga. Como las penas y las
vaquitas de El arriero de Atahualpa Yupanqui, los creyentes y los
humanistas se van por la misma senda: los dioses y los niños del mundo son de
ellos; las fronteras son ajenas.
Wilberto Santiago Machago Then, también agradecido
de los dioses, abandonó su natal Sabana de la Mar después de haber participado
en la fundación del primer núcleo de trabajo que en el pueblo tuviera el
Partido de la Liberación Dominicana en ciernes en el año ‘73. Se radicó Machago
al año siguiente en NYC, donde hoy, al igual que su compañera Jo-Ann, es
retirado del Departamento de Parques de la ciudad. De modo que sólo ha ejercido
Machago su militancia peledeísta en dos ciudades distintas. Una grande: Sabana
de la Mar; o otra chiquita: Nueva York.
En el preámbulo mismo de Composición social dominicana
Juan Bosch pone de manifiesto que en nuestro país nunca se ha enseñado historia
medieval, lo cual nos convierte en continuadores de ciguayos y taínos sin saber
cómo eran ellos. Tampoco hemos estudiado la sociedad caribe, que es muy posible
que tuviera entre nosotros alguna presencia vegetativa. Una laguna
inconveniente a la hora de estudiar nuestro tejido social. Poco más adelante,
al principio mismo del primer capítulo de la preindicada obra, señala el
compañero Juan: “Es probable que en algunos lugares de La Española hubiera en
1492 caciques y sacerdotes que habían heredado sus funciones, lo que indicaría
que los pueblos indígenas de esos lugares se hallaban relativamente cerca del
punto histórico en que iba a establecerse el sistema de la propiedad privada”.
Más adelante, en el capítulo XXV de Composición social
dominicana, obra que el propio autor considera en alguna medida continuidad
de De Cristóbal Colón a Fidel Castro, Juan Bosch estudia la conversión
de Trujillo de pequeño-burgués ajeno al nacionalismo que era cuando se enlistó
en las filas de la guardia constabularia organizada por las fuerzas invasoras
estadounidenses, al burgués nacionalista en propiedad que se enfrentó a la
Reynolds por el mercado dominicano del cigarrillo. Cuando se vio burgués se
exacerbó en Trujillo su nacionalismo frente al poder que lo había llevado al
Poder. Ahora el poder que le había facilitado el Poder quería arrebatarle su mercado
natural, y Trujillo sabía que la burra no se ofende porque la inviten a la
boda, sino por la cantidad de leña que para celebrarla sea menester. Las otrora
fuerzas invasoras ahora lo querían para que cargara la leña de celebrar la boda
con el mercado del cigarrillo. Y con ese ejemplo tomado de nuestro continuo
histórico Juan Bosch nos demuestra lo peligroso que podría resultar para un
luchador social confundir con patriotismo el nacionalismo burgués.
Hablamos de motivaciones antagónicas porque el nacionalismo
en sus más altos niveles está movido por la búsqueda insaciable de plusvalía,
en tanto que el patriotismo se mueve en torno a lo que le conviene a la patria
y al pueblo que le da sentido. No hubo en el siglo XIX vicisitud bastante para
que Duarte confundiera lo que le convenía a su pueblo. Tampoco para que lo
confundiera la pléyade de trinitarios egregios que lo acompañó. Ni para que se
confundiera tiempito más tarde Gregorio Luperón. Tampoco se confundió Juan
Bosch en el siglo XX. Ni ninguno de sus coetáneos ilustres que entregaron la
vida al calor de sus ideas.
Y la justeza y validez de esas ideas boschistas que
pudieron abrir cuatro nichos en el Panteón Nacional en el lapso de medio siglo,
están sembradas en el corazón de su pueblo y constituyen las raíces más sanas
del Partido de la Liberación Dominicana. Cincuenta años, que es muchísimo
tiempo en la vida de un ser humano, le caben a la historia mundial en la ranura
entre dos muelas molares. Pues esas ideas boschistas que han abierto cuatro nichos
en el Panteón Nacional en el breve lapso histórico de cincuenta años, están
sembradas de tal manera en el hontanar anímico del pueblo dominicano que cuando
en su temprana adolescencia pegaba en Puerto Rico ladrillos en la construcción
del edificio peledeísta, postulaba un compañero que quería ser ingeniero
eléctrico para proyectar en el cielo dominicano el nombre de Juan Bosch de modo
que pudiera leerse desde cualquier punto de nuestro territorio nacional.
Diez años más tarde otro compañero que jamás ha visto en
persona al estudiante adolescente que en Mayagüez había de recibirse de
ingeniero eléctrico, dibujó en NYC un mapa dominicano que le servía de peana a
un tronco robusto con raíces en todas las provincias, municipios, distritos
municipales y parajes del territorio nacional dominicano, y ese tronco cuyas
raíces se transformaban efigie arriba en músculos humanos sanos y firmes, se
convertían en su parte más elevada en la eximia figura de Juan Bosch.
Para la época de referencia un artista dominicano había
pintado el rostro del fundador y líder histórico del PLD y le había donado el
cuadro a la seccional del Partido en NYC: “Juan Bosch, La Biblia”, se titulaba su pintura. Como ha de saber todo el que se
haya criado en República Dominicana, La Biblia para nuestro pueblo
epitoma la palabra infalible. Y como sabe de igual manera todo el que haya
observado en el curso de su vida el comportamiento humano, la condición de
oráculo, la emisión de la palabra infalible, es un don que la naturaleza
reserva a los hombres que nunca han tergiversado en beneficio propio la verdad.
Todo hombre que haya cumplido 50 años de edad sin haberse
beneficiado jamás de manera deliberada de una mentira, tiene lo que el pueblo
dominicano llama boca de chivo. La boca de chivo es pues un
reconocimiento que la condición humana les hace a las mujeres y a los hombres
que han alcanzado la madurez sin haber recibido jamás beneficio alguno de la
mentira a sabiendas de que mentían. Con la boca de chivo conocí yo a Juan
Bosch. También conocí a otro señor al que las comadres de mi pueblo con las
manos en la cabeza le pedían que por favor no dijera lo que ellas no querían
que sucediera: “¡Jesús: no digas eso! Porque si tú lo dices sucederá”. La boca
de chivo pues la da la capacidad de sacrificio por la verdad que requiere la
vida de las mujeres y de los hombres de honor. Y las cosas no suceden porque
esos hombres y esas mujeres las digan, sino al revés: ellos las dicen porque
van a suceder.
Y al llegar a este punto que nos obliga a exponer las
excepcionales condiciones políticas y profesionales de Juan Bosch, el lector
consecuente merece que recreemos de manera concisa la opinión del compañero
Juan acerca de quienes vivían en Cuba de la exaltación a ultranza de la figura de
José Martí: martífagos los llama Bosch en su obra Dictadura con
respaldo popular. Así lo explica Bosch en el capítulo que titula Sociología de las clases en la República
Dominicana. Y en ese mismo capítulo hace la interesantísima revelación de
que él había acuñado el término en la Cuba prerrevolucionaria para referirse a
la plaga de mediocres que pretendía ascender en lo social y en lo político
aferrados al legado literario y moral de José Martí. Señala además Juan Bosch
que por no ser él cubano mantuvo el término martífago en el ámbito de la
plática privada, pero que dominicano él y dominicanos también los que en
nuestro país se comían a Carlos Marx, se tomaba la libertad de llamarlos marxófagos de manera pública. Honremos
pues el antecedente y pidámosle hoy a nuestro pueblo que desoiga a los boschófagos de nuestro medio. Que en
definitiva han de ser desde el punto de vista ideológico tan dañinos como lo
fueron en la Cuba prerrevolucionaria los martífagos y como lo fueron en su
momento los marxófagos nuestros.
Todos los constructores del PLD con los cuales he tenido
la oportunidad de intercambiar opinión al respecto coinciden en decirme que
Juan Bosch tenía claro que en la lucha por intereses sectarios, que entre
nosotros se conocen como grupales, estaba el veneno de nuestra sociedad, y que la fuerza
política que motorizara su transformación debía cuidarse sin descanso de ese
veneno. Si Juan Bosch que era el maestro y el líder tenía tan claro que el
peligro de cáncer de todo proyecto sano de nación radicaba en el sectarismo,
por qué tenemos nosotros sus discípulos que tenerlo oscuro para poder
sobrevivir.
También es una actitud sectaria aprovechar el menor
tropiezo de un compañero para tratar de hundirlo y ocupar su lugar. Con la
solidez de nuestra doctrina y nuestros principios boschistas conseguiremos más
reivindicaciones que con el vinagre del sectarismo. Nadie puede ser más papista
que el Papa, y la inconmensurable grandeza política de Juan Bosch radica en
haber vivido 62 años consecutivos, y contamos sólo desde la fundación en La
Habana del Partido Revolucionario Dominicano en 1939, hasta el día de su muerte
ocurrida el uno de noviembre de 2001, sin haberse ido jamás una noche a la cama
sin ser parte de un proyecto patriótico. Durante más de seis decenios
ininterrumpidos Juan Bosch suportó todas las imperfecciones consustanciales a
los dos grandes partidos que fundara; pero jamás optó por la intemperie
política como solución a los golpes recibidos: “Era de acero”, argumentan los
más consecuentes.
Y en realidad lo era; y lo era a pesar de su hiperestesia
por las artes bellas y de su entrañable pasión por los sonidos apacibles. Pero
no militó durante 62 años consecutivos sólo por esos excelsos dones sino además
aferrado a la íntima convicción que delante de mí puso de manifiesto un día al
referirse a un notable intelectual nuestro: “El cree que es revolucionario;
pero un revolucionario no vive solo: milita junto a otros revolucionarios”.
Es natural que al desaparecer el coloso que nos vigilaba
de día y de noche del terrible mal del sectarismo, retrocediéramos; es humano
que al perder al impar timonel que era Juan Bosch perdiéramos terreno del que
habíamos ganado; pero eso no quiere decir que hayamos perdido la guerra contra
el sectarismo que impide el desarrollo de nuestro país. Yerran sin remisión los
derrotistas que postulan que nos hemos jodido para siempre, y que en adelante
el que no se sectorice o agrupe no va para parte alguna dentro de nuestra
organización. No es así, porque ya es tarde para arrancar a Juan Bosch de raíz
del alma de nuestro pueblo. Demasiados compañeros saben que Juan Bosch lo sabía
y que se ocupó de que lo supiéramos.
Y por saberlo bien recuperó el compañero Machago Then de
manos de un amigo su viejo Cadillac del año ‘90 y consiguió que otro amigo
vegano se lo pintara de morado. Carlos Alberto Moreno Santos puso en los colores del
Partido la pasión cromática que en él avivaba su niño Miguel Ángel: “Que te
quede bonito, papi”, le recordaba su hijito que lleva en su propio nombre todos
los colores del espectro visible al ojo humano. Cuando Machago y Moreno sacaron
por primera vez el viejo Cadillac renovado a la avenida Dyckman del Alto
Manhattan, los celulares de los transeúntes dominicanos se deshicieron en fotos
y videítos: retrataban y filmaban un carro morado con una estrella amarilla en
el bonete y las carátulas de sendos libros de Juan Bosch en los cristales de
las portezuelas.
Y con todo y todo vienen por ahí los advenedizos piadosos
a decirnos que con Juan Bosch nunca habríamos llegado al Poder. Luego quieren
que los perdonemos, como si a ritmo de vallenato fuéramos nosotros el Santo
Cachón. Que los perdone Dios.
Menudo descubrimiento el de esos advenedizos
antiboschistas que nos remiten a la imagen del joven que por desgracia perdió
durante su temprana adolescencia a un padre bueno y esforzado. Ya veinteañero
se recibe nuestro joven de médico y aparece la conseja de un recién llegado que
le dice al oído que si él no fuera huérfano jamás habría hecho carrera
universitaria; de suerte que según la ridícula opinión del atrevido advenedizo
ese joven tendría de la manera más absurda que agradecerle a su orfandad lo que
sobre la base echada por su padre acaba de lograr.
Si un dirigente del PLD perdiera alguna vez el seso y el
tino y creyéndose la conseja de los advenedizos llegara a pensar que hemos
llegado al Poder gracias a la orfandad que para nosotros ha comportado la
muerte biológica de nuestro líder, ahí estarían las bases del Partido y el
pueblo dominicano para enrostrarle su error. Por eso me ha dicho en fecha
reciente Machago Then, que es boschista de corazón y nunca ha sido candidato a
nada dentro del PLD: “Este carro es del Partido. Yo sé que vivimos una
precampaña presidencial, pero este carro es del PLD. Está dedicado a la memoria
de Juan Bosch. Uno de los precandidatos es mi primo hermano, pero aún así su
foto sólo adornará este carro si las bases de nuestro partido lo eligen su
candidato”.
—Machago, —lo prevengo—pero cuando se enteren los
compañeros de este carro con los colores y símbolos del Partido, te abordarán
con el tema de la precampaña.
—Yo lo sé, compañero Garrido—me responde—. El dueño del
garaje en que lo guardo jura y perjura que esto es asunto de precampaña y que
me han pagado para que pinte el carro de morado y amarillo. El dueño del garaje
no me cree. Bueno, voy como Odiseo, yo voy como Ulises, atado al mástil de la
embarcación y mis compañeros de travesía traen los oídos taponados con cera de
abeja. Al pasar por la isla de las sirenas yo tendré la tentación de tirarme al
mar cuando vea tantas mujeres hermosas en aguas poco profundas; pero no podré
porque voy encadenado al mástil y mis compañeros de viaje no podrán oír mis
súplicas porque traen los oídos taponados.
Así piensa Machago Then porque se quedó sembrada en su
corazón la semilla del boschismo. La esencia de los métodos de trabajo de
nuestro partido. La correcta interpretación de la formación social dominicana.
El estudio sistemático y metódico del accionar político de nuestra pequeña
burguesía en sus diferentes capas: “No conozco”, llegó a decir Juan Bosch, “a
un solo dominicano que se proponga de manera deliberada un destino proletario
para un hijo suyo”. Los compañeros que hemos vivido en países de los llamados
del primer mundo, y que heredamos de Bosch el hábito de observar el tejido
social que nos circunda, conocemos a muchos trabajadores que viven con decoro
del mismo oficio que sus padres heredaron de sus abuelos y que ellos esperan
transmitirles a sus hijos. Esa es una característica esencial que no se da en
nuestro medio, en el cual un padre esforzado y digno trabaja a brazo partido
desde su puesto de albañil o de ordeñador de vacas para darle carrera
universitaria a cada uno de sus 9 hijos. Ese hecho que parece simple determina
sin embargo en gran medida el comportamiento político de esos 9 hermanos, todos
los cuales van a ocupar en las relaciones sociales de producción lugares
distintos de los que ocupan sus padres y de los que ocuparon sus abuelos.
Conforme a los preceptos de la sociología boschista, al
referirnos a cualquiera de los 9 hermanos del ejemplo anterior nos referimos a
un bajo pequeñoburgués trasplantado de capa social; y ese trasplante social,
que aparenta positivo en una sociedad sin sustancia económica tradicional,
convierte al pequeñoburgués del ejemplo en un ser inestable desde el punto de
vista político debido a su condición de recién llegado a una capa social en la
cual carece de solera histórica.
Lo fundamental para el militante boschista no es
determinar cuán bueno o cuán malo sea ese parto de nuestra formación social. Lo
fundamental es interpretarlo con propiedad, y asumirlo con sentido crítico y
constructivo. El ejercicio político no puede darle a un buen boschista amores
ni desamores, sólo puede darle experiencia.
Conocedor Juan Bosch de otras sociedades, filósofo
intuitivo de la historia que fue siempre, escritor sensible al drama de su
pueblo: “Óyeme, poeta, yo también escribo”, militante consagrado a lo largo de
toda su adultez, se hizo notable por su reticencia a calcar en nuestro país
esquemas políticos propios de países donde la burguesía había hecho su
acumulación originaria de capitales en el patio del feudalismo y en las
barracas de las sociedades esclavistas que producían para un mercado
exportador, hechos estos últimos que nunca se produjeron en nuestro país.
En el subconsciente de muchos compañeros germina hoy la
semilla plantada en el seno de nuestro pueblo por el maestro incomparable a
quien los teóricos del abracadabra identifican cuando a ellos les sale de donde
no les da el sol como a uno de los tres grandes caudillos dominicanos de la
segunda mitad del pasado siglo XX.
Se escribe fácil, pero váyase usted a repetir la hazaña
política de Juan Bosch, que nunca quiso abordar un carro pescuezo largo para enseñarnos
con el ejemplo la mesura. No lo abordó siquiera cuando se lo regaló la propia
seccional del PLD en NYC. El Comité Político tuvo que deshacerse de ese carro
debido a su tamaño y a su valor en el mercado automovilístico, y comprar en su
lugar un carro compacto que se aviniera a los parámetros de austeridad
exhibidos por nuestro maestro y líder a lo largo de toda su vida. Aquí hablamos
de un pescuezo largo que es a la vez una reliquia debido a que tiene 25 años.
Vale muy poco según el libro azul del mercado automovilístico estadounidense.
Es el carro que Juan Bosch nunca deseó cuando era nuevo, pero que ahora
convertido en reliquia automotriz sirve para llamar la atención acerca de sus
ideas: “Este carro es de Juan Bosch. Este carro es del PLD”.
Justo este invierno Matías Bosch vino a la librería Word
Up del Alta Manhattan a presentar el libro del autor cubano con apellidos
barahoneros Eliades Acosta Matos 1963: Revolución inconclusa. Lo supe
con tan pocas horas de antelación que cuando Matías me vio no pudo contener su
asombro: “Coño, tú eres un agente secreto”, dijo. Valiéndome del celular desde
la autopista nevada conseguí que allí estuviéramos, además de mí, otros seis
agentes secretos del boschismo. Sin Machago Then, sin su compañera Jo-Ann, sin
Melvin Trinidad, sin mi primo Cipriano de León, los peledeístas presentes en Word
Up habríamos sido sólo tres. Para qué más, pero sobre todo por qué menos,
si allí estaba de manera legítima el sacrosanto nombre de Juan Bosch.
Poseído yo de la ambición de totalidad que embarga a todo
narrador mediocre, cuento al final que Matías Bosch me había manifestado al
término de la presentación del libro de Acosta Matos su intención de venirse
conmigo a Alexandria, Virginia, pero un imprevisto de última hora le aguó el
viaje y Matías quiso economizarme las 7 millas de pesado tránsito y el peaje
del puente George Washington que separaban la casa de mis amigos Pilar y
Anthony Stevens donde yo había pasado la noche, del apartamento del compañero
Juan Tapia donde la había pasado él, y al alba marcó el número de mi celular:
“Pero criatura de Dios, si te has acostado anoche tan tarde qué coño buscas
despierto a las cinco de la mañana”, quise saber. Matías decidió entonces
requintarme todas las tuercas con un solo golpe de carraca: “Le echo el último
vistazo a las galeras de Vanguardia del Pueblo, porque tienen que entrar en imprenta a la hora en punto”:
–Antes que se me olvide: vete al carajo –le pedí.
Para los que no conocen desde dentro la historia del
Partido de la Liberación Dominicana, cuento que con esa mención a las cinco de
la mañana de las galeras del periódico semanal del PLD Vanguardia del Pueblo,
Matías aludía con algo de nostalgia, con recancanilla y con los huevos recién
tocados a los 62 años de trabajo político ininterrumpidos del abuelo grande que
tuvo. Son las ingratitudes de la vida las que le tocan los huevos a Matías
cuando revisa galeras imaginarias a las cinco de la mañana en el invierno frío
de la Manhattan Alta. Le queda mucho mundo por ver. Que se apriete el cinturón
y tire pa’lante, que abuelos tuvo en
las personas de los compañeros Carmen y Juan. Sé, por boca del propio Matías,
que al igual que a muchos de nosotros a él también le hinchan las pelotas la
patraña conceptual de los teóricos del abracadabra: ¡Ah, sí! Los tres grandes
caudillos. No me digan. Contado entre ellos al fundador del único partido
político de la historia patria con presencia en todo el territorio nacional,
así como dondequiera que haya dominicanos en el extranjero, sin necesidad de
seguir a un caudillo.
Cuando atemorizado por la posibilidad de una jugarreta
inoportuna de la memoria le pedí rápido a Matías que se fuera al carajo, no lo
hice por ignorancia de las razones que se exponen en el párrafo precedente,
sino para quedar de pie sobre la tierra de Bogota(*), Nueva Jersey, donde me
encontraba; y que también de pie quedara él sobre la roca de la isla que
acapara las dos enes y las dos yes que internacionalizaron a Frank Sinatra: New York, New York.
Por el camino de regreso a casa tuve ocasión de celebrar
que Matías no pudiera acompañarme en aquel viaje. Cuando arreció la nevada y un
letrero de neón del NJ Turnpike me advirtió del cierre del puente Delaware
Memorial, desobedecí siete veces al navegador adaptado a mi carro que no estaba
al tanto de lo que decía el letrero de neón y me aventuré por el expreso de
Pensilvania. Justo frente a la estación de bomberos de Bensalem, PA, las bajas
temperatura y las 16 pulgadas de nieve dieron al traste con los sensores de mi
carro que al igual que el de Machago es del año ’90. Un bombero enorme de siete
pie y un palmo de estatura me empujó cuestita abajo para que pudiera aparcarme
sin atascar el tránsito a un costado de la Estación.
Otra evidencia incontrastable de que cualquier hombre es
dichoso si la suerte lo desea, pues ya había recorrido yo ciento y pico de
millas a campo traviesa bajo la nevada inclemente, y tuve dentro de la
adversidad la suerte de que se malograran los sensores de mi carro justo frente
a la estación de bomberos de Bensalem. Al lado izquierdo y a escasos metros me
quedaba una gasolinera con tienda anexa. El lugar tibio en medio de la nieve
que necesitaba un caribe para beber café, usar el baño y hacer llamadas de
emergencia al amparo de la buena calefacción. Abrí con el vocativo mágico que
me enseñó el compañero Mariano Reyna todos los cerrojos de un chofer hondureño
que se detuvo en el lugar a repostar gasolina y a tomar café:
– ¿Raza, usted conoce este pueblo? —le pregunté.
A partir de entonces tuve orientación y ayuda gratis para
encontrar hotel e intentar soluciones de emergencia. Después que me lo enseñara
Mariano, nunca he dado en EE UU con un trabajador hispano que no sea sensible
al vocativo raza. Con la sola alusión al
término te identifican en el acto como a uno de su propia carne.
El testimonio final lo dejo en boca del compañero Víctor
Tirado que a las seis de la mañana siguiente apareció con la lengua afuera
sobre la nieve blanca que cubría el estacionamiento del hotel en que tuve que
pasar la noche. Mariano Reyna no llegó antes desde Pleasantville, NJ, en la
vieja furgoneta de su hermana Ana Antonia porque alcancé a detenerlo a tiempo:
“No te atrevas, que ya Víctor está de camino, y tú bien sabes que se ofende si
alguien llega primero que él al lugar donde lo necesiten”. También desde New
Castle, Delaware, la compañera Balbina Ventura había contactado ya al compañero
Fernando Uribe, quien apareció pronto con su vademécum metálico de mecánico itinerante
y la firme voluntad de repararnos el carro. La circunstancia de que careciera
Fernando en aquel estacionamiento nevado de la capacidad logística para
diagnosticar el fallo de mi carro, no le resta en absoluto sino que dobla el
valor de su solidaridad peledeísta en medio de la adversidad climática. La
solución final fue el remolque del carro a su taller en Alexandria, Virginia.
En los momentos difíciles los agentes secretos del
boschismo se programan en serie como los semáforos inteligentes de las ciudades
ricas. Pero de cuando en cuando nos toca agradecerle a cierta gente aviesa la
luz opaca de haber llegado al Poder sin Juan Bosch. Vaya sentido de la
gratitud. Vaya el hijo que le agradezca a su condición de huérfano su carrera
universitaria. Ratón que fuera uno y queso que fueran los que nos recuerdan que
con Juan Bosch no habríamos llegado al Poder, cualquiera los roería. Niños de
la gratitud a toda prueba: Por favor cópienme el mensajito para aprendérmelo
bien y agradecérselo mejor.
Son los mismos tipos que desde fuera nos decían en
diciembre del año ’73 a raíz de nuestro congreso constitutivo Juan Pablo Duarte
que cabíamos en un Volkswagen. Ni eso hubiera sido un insulto, ni en realidad
cabíamos. Y lo cuenta un testigo que por casualidad cupo al término del
Congreso en el Volkswagen azul celeste que tenía la compañera Socorro Arias,
viuda que sería más tarde del insigne compañero Manny Espinal, y la cual me
hizo el favor de darme una bola desde el Fiesta
de Luxe hasta el apartamento del compañero Juan Bosch en la César Nicolás
Penson. Los restantes asistentes al Congreso, por fortuna vivos en buena
medida, saben que no habrían cabido en un escarabajo de la marca VW ni en una o
dos guaguas; pero para la época en que Juan Pablo Duarte fundó La Trinitaria en RD no había problemas
de obesidad, de suerte que sin duda alguna los trinitarios habrían cabido con
holgura en Volkswagen y medio. Para qué más, pero sobre todo por qué menos, si
en uno y otro lugar estuvieron presentes y a la cabeza Juan Pablo Duarte y Juan
Bosch.
(*) En lo que al
nombre de esta pequeña ciudad de Nueva Jersey respecta, no está relacionado en
modo alguno con Bogotá, la hermosa capital de Colombia, sino con los indios
bogotas que aquel lugar del hoy estado de Nueva Jersey habitaron.
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