EL BUQUICITO

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04 mayo 2016

Mi barrio en La Vega, visto de "atrá pa´alante".

Nota del autor :  

Después de casi un año, sin poder caminar o haciéndolo usando un andador, finalmente he visto una luz al final del tunel, como la única opción, para mis dolores crónicos.

Me fue instalado un dispositivo en la columna, conectado a una batería que llevo
debajo de la piel en la parte baja de la espalda. Esta batería tiene una duración de 9 años - siempre y cuando se cuide y se cargue debidamente - .  La intensidad del dolor en el cuerpo, se controla con el uso de un control de mano, conectado exteriormente a la batería. Esto lo he explicado en forma simple, pero en realidad requiere un poco más de preparación.

Esto lo hago, para que el pueblo se entere de este adelanto y que la ayuda es real. Para mas información , abajo está mi dirección.
chiconino@msn.com 


Por Jorge A Jorge Batista  
           
Hace ya unos cuantos años, que vengo escribiendo sobre  mi querido  pueblo, donde logro reunir anécdotas y vivencias,    lo que una vez llegado a las 8 décadas, me calma la ansiedad de querer seguir jugando    pelota, a la vez  evita el ponerme a tirar piedras.

Al decir de atrás pa´alante, me quería referir a que la vez pasada, comencé a describir el barrio,  caminando desde la calle Duarte y el cementerio, doblando en la calle Sánchez, hasta El Casino.   Doblando de nuevo a la derecha, hasta llegar al hoy Cuerpo de Bomberos, y sus calles aledañas.  Esta vez el antíguo cauce del desviado río Camú nos sirve de  punto de partida.   Fácilmente pudimos haber comenzado describiendo la  orilla opuesta del rio, caminando ya hacia El Hatíco, divisándose en primer plano, la casa  de Samuelito Moya.  Cabe mencionar, que sus dos hijos, de atléticas contexturas y buenos nadadores, eran siempre los primeros en lanzarse al río, cuando crecía, arrastrando árboles, animales y hasta seres humanos.

Situados ya en la hoy calle Juan Rodríguez - primeramente calle Comercio, y posteriormente Julia Molina - , reunía familias, como eramos todos, no solo muy pobres,   sino de muy escasos recursos.   El tramo desde el Camú hasta la Plazoleta, fue la cuna además de hombres y mujeres excepcionales y talentosos (as), incubadora  de grandes músicos, pequeños comerciantes, tabaqueros, y hoy, hombres de grandes empresas.   Al comenzar la calle, a la izquierda vivían músicos de la banda municipal, experimentados profesores, como otros tantos, victimas de los tiempos y la falta de oportunidades.   Ellos eran Pililín y Puchulo Gómez.

Seguido de ellos, doblando la primera calle a la izquierda, se llegaba al “ Tripero”. El Tripero hasta los años 40, era el principal, o uno de los mataderos de La Vega, y el Camú que le corría en la parte atrás, le servía de lavadero de las tripas , vísceras y demás desperdicios. “Creomo” su capataz o dueño, un espigado y corpulento haitiano, fumador de pipa, muy querido y respetado por todos.   Tranquilo y de poco hablar, era el mayor suplidor de vejigas al Carnaval Vegano de entonces.  El Tripero era una calle corta de gente humilde y buena, que comenzaba en el matadero, y terminaba detrás del Cementerio Ornamental. Entre los vecinos más y populares, estaba Moro ( pintor de brocha gorda), padre de Oscar (boca de vaca )- bulloso, y quien usaba las vejigas más grandes y pesadas del carnaval- 4 vejigas dentro de una.

En la mencionada calle que va al Tripero, vivía Tiola (la rezadora) - madrina de una querida amiga, y  suegra de Luís (el Ciego) - .  Autoritaria y mandona, de demanda para rezos y velorios, tenía a su cargo, las clases de catecismo los domingos por las tardes, a las que asistíamos, todos los niños católicos del barrio.  Estas clases eran impartidas por Doña Tiola, en una enramada techada de yaguas, en el patio de su casa.   Eran los tiempos de poca tolerancia y rivalidad entre las diferentes religiones. 

Un domingo en medio de nuestra clase de catecismo, se nos presentaron algunos miembros de otra religión (denominación no revelada), en tono de burla y provocación.  Me acuerdo que el Padre Arias - alto, fornido y muy dedicado a sus labores- , había llegado, calmando con su presencia los ánimos y hostilidades. Cuando Doña Tiola tomaba la palabra no se callaba. Sombrilla debajo del brazo, visitaba casi todas las mañanas, la casa de Doña Lola. Era tanto lo que hablaba que llegaba el momento en que Doña Lola con toda su paciencia le decía: ¡Tiola, por favor, trata de callarte siquiera por un momento!

Pasando la casa de Pililín y Puchulo Gómez, sin doblar para El Tripero, estaba la casa de Ramoncíto y Doña Ana Vda. Espinal y su numerosa familia, victimas del horrible asesinato del padre de la familia. Ramoncito Espinal, de tendencias izquierdistas, inteligente y conocido enemigo del régimen, fue ultimado una mañana en la calle Las Mercedes de la capital, mientras era llevado por una patrulla del ejercito. Doña Ana, dama de arraigados principios  religiosos e incalculables dotes morales, guardó su luto en silencio.  En silencio, y guardando un luto vestida de blanco. Sus hijos nuestros recordados hermanos, vecinos y compañeros de juegos.

En el barrio, las mujeres eran tan o más emprendedoras que  los hombres, lavanderas, planchadoras, operadoras de ventorrillos- se despachaba leña, carbón, manteca,casabe, y hasta chicharrón.   La comida no valía nada, pero la gente no tenia con que comprarla.   Me acuerdo que hasta los años 60, un ciento de plátanos valía $3.00, y no había como comprarlo.  Ya años antes, durante la Segunda Guerra Mundial, la hambruna y escasez - el gas para el alumbrado y otros alimentos estaba racionados- se hacían sentir sobre la población.   En medio de la situación, como en tantas otras, hizo su aparición en el mercado: “Caquíto”, una especie de maíz triturado que substituiría al arroz, que ya escareaba.   Se comía con habichuelas, pero la gente pronto se cansó y lo rechazó.   A todo esto se oía la gente decir: “Caquíto por la mañana, Caquíto al medio día, si Dios no mete su mano, Caquíto tres veces al día”.

Nos situamos entonces a una callecita que llegaba al río, a corta distancia de la calle de los bomberos, y que más tarde llegó a llamarse:  “ La Cueva del Maco”.  Eran comunes, las mujeres luchadoras, muchas veces con varios hijos, y escasos modos de vida.   Ahí vivía una señora muy luchadora y querida por todos, que en tan adversas circunstanciaras, levantó su hijo -si este era único no lo sé- .   Este muchachito, desde muy temprano, dio señales de su inclinación por la electrónica. Se pasaba sus tiempos libres, soldando alambritos e inventando raditos.   Demostró que no importa tu origen, o de donde vienes,  no son límites ni obstáculos para triunfar. Este jovencito del barrio- no sé si su madre sobrevivió para ver su proeza- le cambió el rostro a La Vega, convirtió su sueño y talento, en una prestigiosa entidad de los medios televisívos.  Nos dejó a destiempo, pero “ Su legado está”.

Así era nuestro barrio; como el resto de la nación sufría las precariedades, miseria y excesos de una dictadura feroz.   Aunque en voz baja, se venían tejiendo las fibras que tejerían las cuerdas que un día, ahorcarían el tirano. Eventos como ese y el cansancio de todo un pueblo, evitó el colapso de toda una generación- a la que se podía llamar: “ Generación del Chocolate de Agua”- y de la Nación Dominicana como país.

chiconino@msn.com




     

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